El pasado 21 de febrero el períodico británico “The Sun” publicó un artículo asegurando que Netflix, ITV y la BBC planeaban prohibir el uso del corset en sus producciones. La decisión se habría tomado en consonancia al siguiente razonamiento, proporcionado por una fuente anónima al medio:
“El corset es famoso por su restrictividad y muchas actrices se han quejado con el departamento de vestuario acerca del daño, de corto y largo plazo, provocado después de jornadas en el set de 12, 14hs. Esencialmente, hay preocupaciones de salud y seguridad respecto de mantener a mujeres en un corset apretado por semanas sucesivas. Muchas estrellas han reportado moretones e incluso problemas para respirar”. “En nuestra actualidad cada vez más progresista, tampoco es una buena perspectiva alentar a las mujeres a tener cinturas más delgadas. Puede que esté siendo un reflejo del contexto actual, pero las transmisoras y plataformas de streaming quieren ser vistas como progresistas” (trad propia).
Aunque la primicia fue desmentida pocos días después, la nota puso al descubierto muchos prejuicios que se tienen hacia la prenda, visibilizó debates sobre la autonomía de las mujeres y abrió un espacio para nuevas discusiones. La pregunta que intento responder hoy es: Cuando nos oponemos al corset ¿A qué nos estamos oponiendo?
Corset: mitos y leyendas
Pocos artículos de vestir han adquirido tanta carga simbólica como el corset. El mismo se ha convertido en un ícono del patriarcado arcaico, de las restricciones a la libertad femenina y de la obsesión con la banalidad y la belleza del mundo occidental. Movimientos feministas se han nombrado en oposición a este (como Escape the corset en Corea), se lo utiliza en piezas de arte para representar la opresión de género (como esta de Titanic) y su desuso en la vida cotidiana se considera una victoria del movimiento de mujeres ¿Pero es así? Vamos a analizar punto por punto algunos de los supuestos más difundidos.
Primero, los corsés antiguos no se utilizaban sobre la piel desnuda. Ellos se colocaban por encima de camisones hechos de fibras naturales que, además de absorber el sudor y los aceites del cuerpo, evitaban roces y pellizcos innecesarios. La moda de usarlos como top o prenda única surge del movimiento punk, que buscaba causar shock en la sociedad al presentarse en público usando solo ropa íntima.
Segundo, hay muchos estilos de corset. Ellos pueden variar según la silueta que se busca alcanzar, puesto que el cuerpo ideal cambia muchísimo según el momento histórico y lugar geográfico. Por ejemplo, entre 1810 y 1820 los vestidos de moda en Gran Bretaña (piensen en Orgullo y Prejuicio o Bridgerton) eran columnas con la cintura marcada bajo el busto, por lo que las prendas de soporte solo debían levantar el busto y mejorar la postura. Los “corsés” eran cortos, poco rígidos y ni siquiera permitían un ajuste radical ¡los ojales de metal aún no se utilizaban en corsetería! Forzarlo demasiado resultaba en un desgaste rápido y resultados subóptimos que ni siquiera serían visibles.
Tercero, en consonancia con lo anterior, sería obtuso pensar que los corsés tenían como principal utilidad afinar la cintura al máximo. Esta práctica, llamada tightlacing, era llevada adelante por mujeres de alta alcurnia en eventos especiales, que solían ser muy esporádicos. El corset era usado por mujeres (y en muchos períodos, por varones también) de distintas clases sociales y contextos, por lo que no sería lógico asumir que era algo restrictivo o incómodo. Para la mayoría de la población servían como soporte del busto y la espalda, y se utilizaban para actividades como cultivar en el campo, realizar las tareas del hogar, salir de cabalgata o hacer otros deportes. En resumen, el fin principal del corset es distribuir el peso del propio cuerpo (por algo todavía se utilizan corsés quirúrgicos) y el de la prenda que se lleva de manera uniforme: ¿Se imaginan qué sucede al cargar decenas o hasta cientos de metros de tela solo sobre la cintura o cadera desnuda? Esto es lo que pasa. Para conocer un poco más sobre el tema, les recomiendo este video como puntapié: How Victorian Men Taught Us to Hate Corsets: The Biggest Lie in Fashion History (sub esp)
Pero entonces ¿Por qué las actrices no quieren usarlos?
Hay muchos factores en juego, pero en términos generales, los corsés deben «romperse», amoldarse al cuerpo que los llevará como se hace con los patines o zapatillas. Las artistas de primer nivel cobran muchísimo dinero por el tiempo que les ocupe un trabajo, y no sería un efectivo uso de recursos pagarles un mes extra para que se acostumbren a utilizarlo. A su vez, cada corset debe confeccionarse siguiendo las medidas de su usuario. Estas actrices no suelen tener mucho tiempo disponible para las pruebas de vestuario, por lo que el equipo debe trabajar con las medidas provistas por sus agencias hasta poco antes de comenzar. Estas no suelen ser fieles sino versiones “mejoradas” de la talla real, y a su vez, se le suma la exigencia de productores y/o directores de volverlos aún más pequeños para que luzcan todavía más delgadas. Por el contrario, si es una producción de poco dinero, se suelen utilizar piezas de inventario, o sea, corsets genéricos o diseñados para otro cuerpo lo que es evidentemente incómodo .
Considerando esto, puedo decir que el problema no es la prenda, sino las críticas condiciones de trabajo a la que se exponen las actrices como trabajadoras, aún siendo parte uno de los grupos más privilegiados de la producción. Jornadas de 14hs, transitadas bajo dietas hipocalóricas para mantener sus esbeltas figuras son moneda corriente. La idea que prohibir una prenda diseñada en pos del confort va a solucionar alguno de estos problemas es más que un absurdo, es evadir discutir la precariedad del trabajo en el Siglo XXI, inevitable aún para las figuras más visibles.
¿Y qué más?
En resumen, el corset como una prenda impuesta exteriormente que obliga a las mujeres a ser frágiles muñecas inmóviles sin autonomía, es una concepción contemporánea que busca crear una falsa superioridad de nuestro tiempo respecto a los previos. Tomemos la dimensión estética por ejemplo.
¿Cuántas veces hemos escuchado frases como “las mujeres de antes utilizaban prendas que deformaban su cuerpo para alcanzar el estándar de belleza”, buscando contraponer a nuestra actualidad como algo diferente?
Sí, antes se utilizaban corsés, almohadillas y crinolinas para conseguir la silueta anhelada porque lo deseable era la figura, no un peso o tipo de cuerpo. Hace 200 años una mujer podía simular tener una pequeña cintura utilizando mangas enormes y faldas pronunciadas, mientras que hoy nos exponemos a cirugías plásticas a riesgo de perder la vida en la sala de operaciones. Se estima que el mercado global de esta industria alcanzó los 41 mil millones de dólares el año pasado, aún sin registrar los procedimientos ilegales (¡eso es casi 10 veces el PBI de Barbados!); y en Argentina el número de cirugías plásticas creció un 300% entre 2019 y 2021 (sí, en medio de la pandemia). Es tal la obsesión por tener el cuerpo ideal que somos el segundo país con más casos de Trastorno de la Conducta Alimentaria (solo detrás de Japón, que tiene casi 3 veces nuestra población) y casi un 10% de lxs adolescentes argentinxs tienen un TCA: Desde el Centro Especializado en Desórdenes Alimentarios anunciaron que desde que comenzó la pandemia se duplicaron las consultas por anorexia nerviosa, aumentaron los casos de infantes que tienen Trastorno de Evitación/Restricción de la Ingesta de Alimentos y el agravamiento de cuadros previos aumentó un 57% la necesidad de tratamiento psiquiátrico. ¡Hasta se arman discusiones online sobre si existen figuras públicas que sean lindas pero no flacas en el país! Y aunque no es justo comparar contextos diversos, especialmente ante la falta de registros previos, es obvio que estamos frente a una crisis que buscamos minimizar al compararnos con un pasado que nos es extraño.
Gran parte de la retórica política actual recae en una idea de progreso total, donde somos incuestionablemente una sociedad global mejorada en todos los aspectos; hecho que no es solo reduccionista sino que insulta a nuestros antepasados (y reconozcámoslo, sobre todo nuestras antepasadas) al retratarles como personas idiotas que eran incapaces de llevar vidas plenas o asegurarse libertad para sí mismas.
El corset pasó de ser una prenda más a convertirse en un símbolo de la opresión que enfrentan las mujeres (sobre todo las blancas de clase media y alta); y su ausencia de la vida cotidiana parece dar la sensación de que ha quedado atrás; como si el confort con el que fue creado pudiera desligarse y volverse una condición sine qua non del presente.
En otras palabras ¿Cuántas veces hablamos acríticamente del pasado para evitar criticar nuestro presente? Cuando nos oponemos al corset ¿A qué nos estamos oponiendo?
Cierre
*Suena Hello You de los Arctic Monkeys* ¡Feliz 2023 queridísima comunidad PAW! Espero que hayan comenzado un excelente año. Si no, recién empieza, y si aún no, una pizca de sal sirve para realzar los sabores dulces.
La verdad es que tenía 1001 ideas para esta edición #21. Esta vez les voy tener que pedir encarecidamente que chusmeen la sección de noticias seleccionadas ¡Hay muchísimas cosas sobre las que me encantaría escribir, pero no creo tener vida suficiente para ello! El próximo news seguramente será sobre el nuevo horror que es el “arte AI” (cómo si los NFTs no hubieran sido suficiente), pero sepan entender que su servidora no quiso sufrir durante sus vacaciones por estar investigando el asunto.
Si quieren aprender más del tema de este news, acá dejo los canales de Youtube de las historiadoras de indumentaria Karolina Zebrowska, Abby Cox, Bernadette Banner , Nicole Rudolph, V ; lx historiadorx aficionadx Kaz Rowe; las costureras y diseñadoras Claire Yixuan Zhang, Lady Rebecca Fashions y V. Birchwood y la doble de riesgo Jill Bearup. Lamentablemente no todos, pero sí algunos de sus videos tienen subtítulos en español.
¡Hasta el mes próximo!
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